sábado, 27 de noviembre de 2010

Rush hour


5:30 P.M. Cualquier día. Hora de ir a casa. Sólo fue un día como cualquier otro. Ella pensaba en lo horrible de llegar a su apartamento y decirle ¡hola! al gato. El estaba harto de complacer a la gente para conservar su modo de vida; harto de mantener una relación con su teléfono celular. Hicieron contacto visual casualmente. Sin ninguna razón. Y cada uno sintió eso, por unos pocos segundos. Sí eso que hace la vida tan increíble; y tan rara.


Ella se imaginó cómo sería abrazarlo todos los días y caminar a su lado. Sin hablar, sólo caminar.

Él pensó que esa era la chica más linda que había visto jamás. Y se la imaginó en su vida. Cómo sería estar a su lado y sentir su calor.

Ninguno dijo nada. La gente pasaba entre los dos. A nadie le importaba. El mundo está tan lleno de cosas que no importan… Cosas que no esperabas.

Y ella siguió su camino. ¿Por qué no puedo olvidar esos ojos? ¿Qué pasaría si doy media vuelta y le pregunto algo? Sus manos estaban frías.


Mientras cruzaba la calle, él pensaba: ¿Qué pasaría si…? Se mezcló con la multitud.

Sería una estupidez pensar que funcionaría. Así se perdieron el uno al otro para siempre. Escaparon del casi tangible "si?" que había tenido lugar en ese momento del tiempo.

Las calles habían sido hechas para que sus caminos se cruzaran. El mar, la brisa, las palabras, el tiempo y la historia de la humanidad habían sido creados para que ese momento fuera como fue. Y ellos lo dejaron ir. Ya siempre sería muy tarde.