miércoles, 7 de septiembre de 2011

El secreto


Dana salió de atender a su paciente muy cansada y con sed. Tomó su maletín y revisó sus mensajes en la recepción de la Clínica de Ortopedia del Este.

El Doctor Jaén estaba al teléfono y no pudo evitar verle en la mano aquel recién estrenado anillo de compromiso. Era realmente espectacular. “Veo que ya pagaron tu abono inicial, Dana”, afirmó con una mirada de quien lo sabe todo, con una sonrisa de condescendencia.

Universo paralelo

La ciudad se le hacía ilegítima, ancha y gris. Luces anaranjadas rompían a ratos los metros de la monotonía de lo de siempre. La lluvia borraba los contornos de las cosas y todo flotaba como negándose a ser parte de la masa unánime y deforme de la ciudad bajo el aguacero.

Mangos

Cualquiera que pase una noche de junio en la casa de mis padres, si tiene un sueño ligero o pesadillas poco interesantes y duerme con atención y no ronca y no espera; quizás pueda oír en el medio de la oscuridad, el golpe pastoso de los mangos estrellándose contra la tierra húmeda. Son decenas de ellos. Muchos más de los que mis padres o las enormes iguanas que pululan en los patios tropicales podrán llegar a comerse en toda su vida. Son perfectos para comer picados, con aderezo de pimienta negra, sal y vinagre, — como le gustan a mi pequeño Diego. Lo llamé así en honor del legendario “Pelusa”, aunque mi esposa lloró y pataleó de la rabia. Me da ternura verlo con la boca embarrada de fibras amarillas y jugo de mango goteándole por la quijada. “Abuelito me lo dio”, me dice sabiendo que esas palabras lo justificarán. Sus ojitos oscuros brillantes y su cabello bronceado participan del delicioso desastre.

En todas partes

El periodiquero pasaba alrededor de las tres de la madrugada por el barrio. No se sabía si a pie, en bicicleta o en carro. Hay una cuota de misterio en la entrega de un periódico, estilo Niño Dios, el ratón de los dientes o Santa Claus. Generalmente uno no lo ve. La cosa es que el periódico siempre amanece en la entrada de la casa. Pero una madrugada de diciembre, Rafael por fin logró mantenerse despierto para ver la sombra del chiquillo, que a toda velocidad bajaba de la camioneta dejando los ejemplares del periódico en las casas de los suscriptores. Rafael comprobó con satisfacción, que no era cuestión de magia. Todas las cosas tenían una explicación lógica.

A sangre tibia

Fue una extraña manera de morir. Algunos dicen que se murió de aburrimiento. Otros dicen que sus alumnos lo mataron de la desesperación al no hacerle el menor caso. No estaba tan viejo como para que simplemente le diagnosticaran muerte natural. No tenía más de 65 años. Pero no era una cosa que nos importara grandemente. Yo aún recuerdo el lluvioso medio día de abril en el que tuvimos que ir al entierro. En realidad el profesor Getty no era un tipo simpático y tenía cero carisma. Para ser sinceros nadie lo quería y a pocos les importaba si estaba o no estaba. No era un personaje que mereciera aquello de "nuestras aulas no serán lo mismo sin él" que en evidente tono shakesperiano declarara la directora, toda vestida de negro con un collar de perlas falsas y descascarilladas, en cuyo rostro no cabía ni un miligramo más de maquillaje cuarteado.

Cuestión de género

Los niños son niños. Gente chiquita. Bueno, claro. Todo depende de qué sea un niño para nosotros, y de cuáles consideremos apariencia y costumbres normales. Todo es relativo, según dijo alguna vez el sabio Sparsen Traito.

Realmente parecía un niño. Caminaba como niño, jugaba al escondido y vestía como niño. De hecho la gente le decía “¡Hey niño, ven acá! ¿Cómo te llamas?” Tenía el cabello cortado como el de un niño, con miles de rulitos dorados y las rodillas raspadas y llenas de moretones. Como cualquier niño. Enlodado y con la camisa pegada al cuerpo por el sudor, era la regla general después del recreo. Obvio, a nuestro niño, le tocaba porterear para su equipo de fútbol todos los días.