miércoles, 7 de diciembre de 2011

Nido Vacío

Otro sábado por la tarde de otra semana, de otro mes, de otro año. Ella está sola en la cocina. No hay para quién cocinar. La casa está vacía. Enciende el aparato de música y toca un disco compacto que alguno de sus hijos dejó olvidado en la casa. Solamente le dejan los que no están de moda. Pero ella los disfruta igual.


Trae puestos los pantaloncitos cortos de alguna de las niñas, los cuales le quedan perfectos, como hechos a la medida. Lleva una camiseta vieja de su esposo, traspasada de minúsculos agujeros y suave al tacto como resultado de muchas más sesiones de lavadora de las que fue diseñada para soportar. Casi puede verse a través de la tela. Camina descalza sobre los mosaicos blancos recién encerados,
tomándose una cerveza nacional, helada. Le encanta que el piso esté inmaculado, pues le fascina caminar sin zapatos. La sensación de polvo en las plantas de sus pies es inconcebible. La casa huele a
limpio y a tranquilidad. Lo que necesitaba. El tiempo de un sábado tiene una magia distinta al tiempo de un domingo o al tiempo de un día de semana. El tiempo del sábado te lleva a más tiempo en el domingo. Las posibilidades de un sábado son infinitas. El tiempo del domingo solamente te puede llevar a un lunes. Quizás es por eso que cuando a la gente le sobra tiempo y las posibilidades son infinitas, suelen decir que parece un sábado.

El vapor sale a presión de las ollas que están sobre la estufa, cada una despide un aroma distinto. Ella ha preparado justo lo que más le gusta. Hongos, papas, remolachas cocidas. La mayonesa adquiere un color rosado al contacto con la remolacha. El apio está picadito pues a ella le gusta el sabor que le da a la ensalada rusa, pero no más no soporta sentir el crujir de los pedazos grandes en la boca. La cocina huele a mantequilla y pimientos. También se siente en el aire el gusto de la canela mezclado con el calor de la tarde y la música. Ha preparado los macarrones y el pollo; mezclados, no separados. Los chicos odiaban que todo estuviera revuelto. Pero así es como a ella le gusta. Los chicos no están.

Tras tomar unos sorbos, vuelve a poner la botella verde en la nevera. Algunos dirían que eso arruina el sabor de una buena cerveza, pero a ella le gusta muy fría siempre. No soporta la cerveza caliente. Le gusta que la escarcha blanca rodee la botella como un halo celestial. A sus espaldas el grifo del agua gotea pues no la ha cerrado correctamente. Es una de esas cosas para las que se necesita un plomero. Su esposo ha prometido arreglarla, pero qué importa, con un poquito de presión se puede cerrar.

La música le parece linda, aún cuando no entienda la letra de las canciones. La comida se ve deliciosa y huele aún mejor. Del modo que a ella le gusta. Él regresará pronto a casa, dejando a su paso una hilera de artículos deportivos característicos de los sábados por la tarde. Y de nuevo estarán solos los dos, como estuvieron hace 30 años. Parece que hubiera sido ayer cuando hacían planes en una casa vacía. Hoy la casa está llena de las fotos de unos seres que crecieron en ella, pero que ya no están alrededor. Vacía entonces, y vacía ahora, pero igual llena.

Mientras saca otra vez la cerveza de la nevera, oye caer al suelo las cadenas del portón de metal y se asoma a la puerta sacando la mitad de su cuerpo al garaje. Ana, su hija mayor, está caminando hacia la puerta con cara de haber manejado por mucho rato y llorado otro tanto. Viste cómodamente y también está descalza; es una manía familiar.

— ¡Mami! — grita Ana mientras se arroja a los brazos de su madre, la cual en breves segundos se despide de su rol de solitaria y reasume automáticamente las funciones de madre, las cuales hacía
ya algún tiempo no tenía la oportunidad de ejercer.

— Hola, mami. Sé que no me esperabas. Sé que te extrañarán todas estas maletas y mi carro en la entrada de la casa. No tuve tiempo de llamarte. Es que no sabía qué hacer.

Ana siempre habla mucho. Y cree que su madre es un ser superdotado que puede entender todo de un vistazo. Le espera un monólogo que parece aprendido de memoria. Obviamente había  tenido casi seis horas de carretera abierta para ordenar su argumento.

Qué te puedo decir? Me botaron. Como de costumbre, la larga lista de situaciones increíbles en las que me he visto durante toda mi vida aumentó cuando me pasó lo que nunca pensé que iba a pasarme.

Su madre le extiende una cerveza mientras Ana se sienta sobre la fórmica del desayunador. Empieza a balancear las piernas en el aire con ese movimiento nervioso que la ataca siempre que está en apuros. Comienza a juguetear con el cuchillo y con un pedacito de apio que quedó en la tabla de picar.

"O sea, era de esperarse. El recorte de personal tenía que suceder. La fusión y la situación nacional, mundial y etcétera. Nada más tenía ocho meses de flamantes labores y ahora soy una más de los desempleados sobre calificados del país. Para terminar de ayudarme, Julio y yo terminamos; bueno, más bien él terminó conmigo. Supongo que sabías que estábamos saliendo, ¿no? Lo que pasa es que le salió una oportunidad que yo ni podía, ni debía cerrar. Tras considerarlo mucho decidí no pensarlo más. Y bueno, aquí me tienes. De vuelta en casa.

Ya sé que me voy a aburrir mami. No me regañes. Ya sé que después de tantos estudios y viajes no voy a encontrar retos suficientes aquí. Ya sé que me vas a decir que a mi edad y acostumbrada a la vida de la ciudad, estar aquí no va a llenar mis expectativas. Puede ser que mi talento se desperdicie. Aquí no hay chicos guapos. Ya se que me vas a decir que aquí no hay nada.

Sí, sí. Sé que estás feliz de que esté en casa, pero que estás triste por mí. Les encanta que esté en casa con ustedes, lo sé. No quiero ni pensar en lo que dirá la vecina “que por qué no me he casado, que cómo es posible que una niña como yo…que no se puede estar sola en la vida, que me va a dejar el tren; que ya es hora”.

Mami, si tú no me apoyas no me apoya nadie. Pero si lo piensas, estar aquí no es tan malo. Es un lugar precioso, lleno de posibilidades. Y siempre que me aburra voy a estar a escasas seis horas de la ciudad. Hey, al menos hay cuatro salas de cine. Hay pizzerías. La cervezas están a tres por dólar. Hay uno que otro almacén al que la moda llega, tarde, pero llega. Hay hasta un aeropuerto “internacional”. Las montañas están cerca y el aire es más puro. Hay un Mc Donald’s y supermercados 24 horas.

Las Cosmopolitan llegan religiosamente cada mes. Hay iglesias y universidades. Hay Internet y celulares. Venden Margarita Mix y Tequila, sangría preparada y queso Edam. Hay televisión por cable
y DVD. No hay Frentes Revolucionarios, ni pequeñas mafias de niños que te cuiden el carro por 25 centavos. No hay ni tranques, ni semáforos. No tenemos sindicatos beligerantes, ni mayores manifestaciones de descontento público. La razón: Sencilla. Los problemas no se originan aquí. No hay a quién reclamarle. No hay Presidente, ni legisladores, ni culpables. No hay una clase política
como tal, no hay pactos, ni novedades. La gente vive ajena a los grandes problemas del país. Y es que no les interesa porque a ellos tampoco les interesa la gente de acá. El efecto dominó de la política
nacional comienza y termina en el puente. Nos han olvidado y los hemos olvidado a ellos. Es como uno de esos matrimonios de años en donde marido y mujer ya no se conocen y se ignoran para no
tener que escucharse… pero que no podrían vivir si el otro no está allí.

Sé que va a ser difícil. Acá no hay salas de teatro. No hay ballet nacional. Hay solo una discoteca. No hay grandes librerías, ni cafés al aire libre. No se juega ajedrez en las calles.

Las universidades son pequeñas. Ni siquiera los burdeles tienen el glamour de los de ciudad capital. No hay almacenes alternativos, ni muchos sitios dónde hacerse tatuajes. La gente camina por el
parque de frente a la iglesia a las nueve de la mañana para ver a quién se encuentran, quién se ha muerto o cuál es la última comidilla del lugar. Se mueven todas las direcciones en búsqueda de
sus propios caminos. Cada ser humano, su historia, sus problemas y sus dichas se cruzan en un sitio en donde todos se conocen, pero no saben quiénes son.

Te cuento un secreto, mami. Tengo algunos proyectos.

Quiero ver si acá cumplo mi sueño. Quiero ver si acá puedo montar una pequeña librería. Sí mami, ya mis amigos me dijeron que voy a quebrar, porque el estudio de mercado indica que en un sitio como este la gente no se puede dar esos lujos. Que necesito crear riqueza. También las nuevas tendencias del control gerencial me dicen que debo hacer una planificación estratégica y realizar un costeo por actividades que me permitan proyectar en el tiempo y el espacio para optimizar ganancias con la menor cantidad de recursos. Pero será que nuestro nivel de vida no nos permite tener ideas propias? ¿Será que en esta parte del país no puede entrar la cultura?

Si así fuera, todo me indica que lo mejor que puedo hacer es poner un venta de frituras en el mercado, como la señora Nachita. (Sin menospreciar las frituras de la señora Nachita que son un éxito total y que han provisto de casa, vestido, alimento y estudios a sus siete hijos).

La ciudad es grande y yo siempre me siento sola. Aun cuando haya mucha gente. No quiero volver a estar sola en esa ciudad. Allá hay que maximizar sus posibilidades a fin de convertirte en la super-mujer. Y si el tiempo te sobra, te sientes mal, te sientes en deuda, te sientes improductiva. ¿A qué se va reduciendo este círculo?: A un vivir sin felicidad, sin puerto, sin brújula. A un atesorar para no tener. A un luchar por parecer y encajar.

Con ustedes el tiempo me sobraría. Sí, está bien, no tendría tanto dinero y las metas… bueno, las metas dependen del discurso que se maneje en el momento en el mundo. Sí, sí, por discurso quiero decir filosofía. Ya que no hay a dónde ir, no se llega a ningún lado.

Los paraísos de la tierra tienen la habilidad de aburrirte pronto. Allá a la gente se le nubla la realidad; se les acaba el horizonte y sólo se quejan de la vida que no tienen. Pero vamos mami, yo no soy como toda la gente.

Sí ya sé que no necesito todo este montón de cosas; no tienes

que decir nada, conozco esa mirada, mami. Que ésta siempre será mi casa. Sí, sí. Sé que siempre estarán orgullosos de mí. Disculpa que llore, mami. Tú sabes cuánto quería ser autosuficiente. No te preocupes, yo puedo con las maletas. ¿Qué estás cocinando mami? No sé por qué nunca aprendí a cocinar tan rico como tú. Tampoco aprendí a coser ni a dar pésames. Quizás los estudios no te enseñan a vivir. Estoy cansada mami.

Aún está mi cama en el cuarto verdad? Gracias a Dios que no lo has convertido en un estudio. Aún están mis cositas en donde las dejé, ¿no es así? Mamá, eres increíble. ¿Te he dicho últimamente cuánto te quiero?...

Claro que la había tentado la idea de convertir el cuarto de Ana en un costurero, o en un cuarto de desahogo para colocar los trofeos y los artículos deportivos de su esposo. Definitivamente quiere opinar sobre sus decisiones descabelladas y sus proyectos inacabados. Su autoridad de madre se lo permite. Al mirar a su hija, siente la emoción de verse a sí misma frente a un espejo, pero al mismo tiempo de estar ante una historia distinta. Mientras le habla, le llora y le suplica comprensión y paciencia, Ana va dejando sus huellas en el piso recién encerado del mismo modo que su padre
lo hará en algunos momentos más. Es inevitable. Seguramente él también va a estar muy feliz de tenerla de vuelta, aunque ambos sepan que no será por mucho tiempo.

Su madre la abraza fuertemente y piensa que habría sidobueno también tener los macarrones y el pollo separados, como les gusta a los chicos.



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