viernes, 17 de septiembre de 2010

Un día en la vida de una pasante


Me prometí escribir esta crónica antes de que la tinta de mi diploma se secara. Está dedicada a esos héroes anónimos que día a día se esmeran por ser los cinco sentidos de los abogados fuera del bufete. Me refiero, claro está, a los asistentes legales, mejor conocidos en el oficio como “pasantes”.
Un día típico en la vida de un pasante está lleno de tráfico, cambios nerviosos de estaciones de radio, calor, lluvia, estrés, términos judiciales por vencerse, filas gritos, hambre, boletas municipales, copias y un largo etcétera que procedo a describir:
9:00 a.m. Después de haber resuelto el parcial de Derecho Procesal a toda velocidad en la Universidad, —entaconada y con tu único y mejor traje, porque al raro de tu profesor, se le antoja que los exámenes se presentan prácticamente vestido de etiqueta—sales disparada hacia la oficina, donde todas las secretarias te quieren matar porque tienen mil cosas urgentes todas para ¡HOY!, por supuesto
9:15 a.m. Después de ir puesto por puesto, pidiendo instrucciones, sacando copias (todo sin haber desayunado), tratas de organizar un mapa al mejor estilo taxístico, para poder llegar a tiempo a todas las dependencias privadas y gubernamentales que tienes que recorrer ese día. Pero no importa, una pasante como tú es experta en atajos y recovecos.
9:30 a.m. Si tienes la suerte de trabajar en una firma vanguaradista, tu *celular suena por primera vez. Si no, allí está tu enorme ladrillus del pueblus (radio súper–hiper-voluminoso y pesado que es más barato que pagar por un celular) interrumpiendo el último sencillo de Shakira: “A la secretaria del doctor…se le olvidó (luego dirá que fuiste tú) darte una nota especial para don Fulano y debes regresar a la oficina”.
10:15 a.m. Regresas, recoges la nota, la llevas sin demora a la oficina del fulano, en calle 50 y, cuando sales, y te encuentras al muchacho de las boletas municipales haciendo de las suyas. Suplicas misericordia. Una lágrima no estaría de más.
10:35 Llegas a la Corte Suprema de Justicia, te estacionas casi llegando al Administration Building, desde donde emprendes una caminata muy rápida (recordemos los tacones y la falda, cortesía del profesor de Procesal y del look corporativo), cargada de papeles y tu enorme radio-transmisor.
10:40 a.m. Haces tu entrada triunfal a los juzgados, saludas a las mismas personas que saludas todos los días, revisas religiosamente tus expedientes, persigues el libro de secuestros y presentas tus escritos.
11:00 a.m. ¿En qué juzgado se habrá quedado tu ladrillus del pueblus?
11:15 a.m. Tienes hambre no has desayunado.
11:16 a.m. Allí viene un alma piadosa con tu troncal.
11:17 a.m. Comienzas hacer fila para sacar las copias
12:01 p.m. Cierran la Corte.
12:20 p.m. Llegas a la oficina, ponchas tu tarjeta y sales a almorzar. Se supone que los otros pasantes te esperan en el Registro Público para comer juntos.
12:45 p.m. La gente del Registro se fue a comer, se cansaron de esperarte. Sigues con hambre.
12:50 p.m. Es tarde para ir a tu casa en Hato Pintado a comer la comida de tu mamá, así que adquieres tu democrático trío (hot dog, chicha de naranja con raspadura…y servilleta) y te lo comes en el carro, mientras hojeas el examen de Derecho Marítimo de la noche.
1:15 p.m. Te das una vueltecita por allí para ver qué hay en las vidrieras.
1:30 p.m. Ponchas y buscas las instrucciones de la tarde.
2:35 p.m. La jefa de Recursos Humanos te llama a capítulo porque las secretarias se quejaron de ti, otra vez. Sales del despacho congelado, con la cara roja y la autoestima destruida, queriendo estrangular a alguien.
3:40 p.m. Estás en el proceso de cumplir con tus deberes de la tarde y, por mirar al chico del carro de al lado, chocas al taxista de enfrente quien, luego de decirte hasta de lo que te vas a morir, te exige que le pagues al contado y como si el taxi acabara de salir de la agencia.
4:30 p.m. Llega el tránsito (igualito que en las películas) y te entrega una invitación al Juzgado en Pedregal para el día de tu cumpleaños (comprometiendo así unas 10 quincenas de arduo trabajo).
4:35 Intentas que el funcionario de la ventanilla reciba tu documento, pero el pecado de llegar 5 minutos tarde, hace que te dejen hablando sola y si no te avivas hasta puede que te encierren en la oficina. El celular vuelve a sonar: “Juana María se enfermó, así que a ti te corresponde exponer el trabajo de Derecho Ecológico: esta noche.
4:50 p.m. Llegas a la oficina como puedes y, como eres la última, todos los estacionamientos de pasantes están ocupados. Ni modo, lo colocas con las intermitentes en una línea amarilla y que Dios te ampare.
4:55 p.m. Dejaste documentos importantes en el carro (las pruebas de que hiciste ALGO en el día)… Regresas a buscarlos, no vayan a pensar que te fuiste a parquear al Causeway de Amador, como otros que conoces y al menos les pagan sus cuotas del Seguro Social.
5:00 p.m. Ya es muy tarde, no vas a tener tiempo de revisar tu e-mail (con lo que te gustan los mensajitos). La secretaria te recibe con la noticia de que mañana tienes que ir a Colón porque se vence un término. Como a estas alturas ya nada peor te puede pasar, sonríes y te diriges a tu mini reunión con el licenciado, tu jefe, quien si tienes la suerte que tuve yo, te recibirá con una sonrisa gratificante: “Gracias, ¿qué haría sin usted?”.
5:25 p.m. Gracias al cielo no hay grúas en la costa. Enciendes el radio y te introduces en el horrible tranque, mientras escuchas alguno de esos programas de radio que te hacen pensar que el mundo se está acabando y te mueres de la risa. Repasas mentalmente tus lecciones.
5:40 p.m. Mientras intentas buscar estacionamiento en la universidad, te preguntas si no te equivocaste de profesión.
9:30 p.m. El profesor por fin recordó que tiene esposa e hijos, que es noche de quincena y que nadie ha cenado. Regresas a tu casa y encuentras en la nevera (si no tienes la suerte de vivir con tu mamá) las proverbiales sobras para meter al microondas, esperándote en soledad. Luego de sentir que tu cena no huele muy bien, reconsideras comerte algo que no parece muy higiénico que digamos, y decides abrir una barra chocolate Snickers, probablemente te quite la fatiga.
10:00 p.m. Estudias cuanto puedes, pero tu cuerpo ya no da más (a menos que se presente una inesperada invitación a un sitio de sana diversión y esparcimiento).
11:00 p.m. Te vas a la cama y, entre las brumas del sueño y tus oraciones del día, entiendes por qué tuviste la clase de día que tuviste: “Porque tu obligación es llevar soluciones a la oficina y aprender”.
11:15 p.m. Antes de cerrar los ojos, le pides a Dios que, cuando te corresponda el turno de contratar a alguien, encuentres una pasante exactamente como tú (… y juras que le pagarás el doble).
(Enero, 1999)

No hay comentarios:

Publicar un comentario