miércoles, 7 de septiembre de 2011

En todas partes

El periodiquero pasaba alrededor de las tres de la madrugada por el barrio. No se sabía si a pie, en bicicleta o en carro. Hay una cuota de misterio en la entrega de un periódico, estilo Niño Dios, el ratón de los dientes o Santa Claus. Generalmente uno no lo ve. La cosa es que el periódico siempre amanece en la entrada de la casa. Pero una madrugada de diciembre, Rafael por fin logró mantenerse despierto para ver la sombra del chiquillo, que a toda velocidad bajaba de la camioneta dejando los ejemplares del periódico en las casas de los suscriptores. Rafael comprobó con satisfacción, que no era cuestión de magia. Todas las cosas tenían una explicación lógica.



Los jueves se publicaba la sección de ciencias. Sus hermanos buscaban las cómicas, su mamá los recetarios, su papá la primera plana. Rafi sólo quería leer la sección de ciencias. Y nadie se la disputaba. Aquella mañana en especial el pequeño Rafael sintió un latigazo de emoción por todo el cuerpo. Se atoró con el cereal. Tosió cuatro veces. Le salió leche por la nariz. Sus hermanos se burlaron de él. Pero de nada valdría explicarle al resto de la familia, pues él sabía que no estaban en condiciones mentales de entender la nota periodística. A veces se preguntaba seriamente si era adoptado, si no fuera porque tenía la cabeza tan cuadrada como la de su papá y los ojos azules de su abuelo Fernando, pero por lo demás, era como un extranjero en ese hogar. Pobrecillos. El cerebro no les daba para gran cosa.


Científico ha conseguido por primera vez teletransportar átomos.

(CPS-UFE)

La teletransferencia cuántica utilizada ahora usa el estado cuántico exacto de un átomo sobre otro, pero no transmite el átomo en sí mismo. Mediante este truco se pueden copiar los parámetros de un átomo en otro de modo que surja una copia exacta del estado cuántico del primero. Esta copia ya no se puede diferenciar del original que, sin embargo, pierde su estado cuántico, porque este se teletransfirió al segundo. Se logró en la Universidad de Hammskaad a una distancia de solo 10 micrómetros (la millonésima parte de un metro) pero en teoría la técnica debería servir para distancias de varios años luz.


Rafael sólo tenía nueve años. Y esa mañana encontró su propósito en la vida: teletransportar cosas. Decidió que ese descubrimiento cambiaría el rumbo de la historia humana. Pero con los días vio con desilusión de niño ( que es la más dolorosa) cómo el descubrimiento de la teletrasportación había pasado poco menos que desapercibido, no solamente en su país, sino en el mundo entero. No salió en la televisión ni hubo mayor seguimiento. ¿Qué era importante entonces si aquellas cosas no merecían estar en los titulares? ¿Acaso la nube de ceniza sobre Europa? ¿Las filas en los aeropuertos de Madrid? ¿La última confesión del incorregible de Tiger Woods? ¿La más reciente adopción de Brangelina? ¡Qué pereza!

Rafael creció pensando que la ciencia era la madre de la magia. O que más bien la magia era una hija ilegítima. La diferencia entre un científico y un mago era que el científico explicaba el truco. Todo lo mágico se le hacía despreciable y engañoso. Pero el asunto de la teletransportación lo obsesionaba. Desde el día que leyó la nota, todos sus esfuerzos se concentraron en teletransportar cosas. Cuando él consiguiera repetirla de manera eficiente, se acabarían el hambre y la miseria en su amado planeta. Sería el fin de la época de los hidrocarburos, los derramamientos de petróleo en el océano y el principio del infinito. Las mercancías y la gente circularían libremente. Las fronteras se borrarían. Al final todo estaría listo para la conquista del espacio. El resto de las cosas no eran importantes. Sólo poder llevar cualquier cosa a cualquier parte instantáneamente. Le tomó muchos años de estudios y fracasos, todo su fideicomiso, su credibilidad y hasta su vida privada. Pero estaba dispuesto a hacer que el mundo conociera sus adelantos en la materia y en dejar un lugar mejor que el que encontró.

Por fin ha llegado el gran día en que todos conocerán su trabajo. Rafael se ha puesto su mejor traje. Ha blanqueado sus dientes con peróxidos. Ha llamado a sus padres. Pero a pesar de que ha hecho su presentación sobre las posibilidades de la teletransportación; en carne y hueso, en Shanghai, San Francisco, Panamá, Sidney y París en el mismo día sin pasar por una aduana ni haber abordado ningún medio de transporte, nunca se ganará el premio Nobel de la Ciencia, como lo soñó desde niño.

¿Saben por qué?

Porque para mañana en la mañana, las dos principales compañías transnacionales petroleras y el dictador venezolano han arreglado el asesinato del Doctor Rafael Durán a manos de francotiradores. La de él y la de todos sus asistentes científicos y confidentes profesionales.

Su laboratorio, sus libros de notas y sus computadoras, serán pasto de las llamas. La industria del petróleo no puede afrontar el precio de la existencia de Rafael ni de nadie que se atreva a soñar con el final de la era del combustible derivado del petróleo—y mucho menos de alguien que tenga el secreto de cómo lograrlo en tiempo real. No sería el primer asesinato para acallar a la ciencia en la historia de la humanidad. El que quiera que el mundo sea pequeño, que se conforme con el Internet.

Al fin y al cabo la teletransportación no te da la inmortalidad. ¿O sí?

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