miércoles, 7 de septiembre de 2011

El secreto


Dana salió de atender a su paciente muy cansada y con sed. Tomó su maletín y revisó sus mensajes en la recepción de la Clínica de Ortopedia del Este.

El Doctor Jaén estaba al teléfono y no pudo evitar verle en la mano aquel recién estrenado anillo de compromiso. Era realmente espectacular. “Veo que ya pagaron tu abono inicial, Dana”, afirmó con una mirada de quien lo sabe todo, con una sonrisa de condescendencia.


La joven tomó un sorbo de agua directo de su botella y le regaló al doctor una sonrisa de medio lado. Era un chiste de mal gusto, pero tenía que aceptar que había sido gracioso.

—Querida Dana, no todo es color de rosa en el matrimonio. Más bien muy poco lo es. Déjame que te diga algo…un consejo. El mejor que puedo darte, ahora que has decidido casarte. ¿Sabes cuál es el secreto de las extranjeras, las casitas chicas, “la otra”? ¿Las famosas “queridas”? ¿No lo sabes?— y sus ojos de suspicacia volvieron a recorrer los finos dedos de Dana, y de paso, todo el resto de su cuerpo, pues la muchacha no estaba nada mal. La joven fisioterapeuta sintió cómo se le hacía un nudo de asco en el estómago. Sus orejas se enrojecieron. Gracias a Dios el cabello se las tapaba. Dana negó con la cabeza, tratando de anticipar la próxima palabra del especialista.

—Se sientan y escuchan.

Dana ladeó la cabeza como lo haría un perro ante una orden incomprensible, como si le estuvieran hablando en arameo antiguo.

—Calladitas. Solamente escuchan.

Dana movió la cabeza hacia el otro lado. El brillo en los ojos del doctor Jaén se intensificó. Estaba visiblemente emocionado. Era como si pensara que cada palabra que salía de su boca era sabiduría pura. Un tratado de psicología marital. Una revelación divina. Un acto iluminado. Casi podía decirse que un aura de luz emanaba de su alrededor y se enfocaba en Dana, que lo miraba silenciosa y con ganas de que cayera un rayo sobre la cabeza del ortopeda.

—No importa lo complicado de su día. No importa la banalidad del problema del hombre. Lo escuchan.

Dana entreabría y entrecerraba la boca, como procesando cada gota de sapiencia que profería el doctor. —Las reglas no escritas de la convivencia social, le dictaban que era mejor fingir atención. Así el erudito se callaría más rápido.

—Cada detalle que les cuentas es precioso para ellas. Cada gesto que se les dedica es sublime. Como si Dios mismo las estuviera visitando. No dicen nada. No se quejan. No opinan. No piden nada a cambio. Todo lo dan. Callan y complacen. Complacen y callan. Es como si tuvieran un entrenamiento especial. Cada cierto tiempo asienten con la cabeza y susurran cosas como “Ajá. Espectacular. Sí mi amor, tú tienes la razón.” Si las llevan al Pío Pío, lo celebran con ilusión. Si las llevan a un hotel de quinta, no protestan. Si les regalas fantasía barata se la ponen hasta que pierden el color y quedan negras.

A Dana le hubiera gustado tener una grabadora a mano y subirlo a Youtube. Los ojos de la fisioterapeuta parpadeaban con incredulidad. Parecían tomar fotos mentales de la ponencia magistral del doctor. Definitivamente era uno de esos tipos que necesitaban audiencia para sentirse realizados.

—Se sientan y escuchan. Créeme. Te lo digo. No es relajo. Es el gran secreto de las amantes. De bobas no tienen nada. Se sientan y escuchan. Calladitas. Algo tan simple. No importa que sean feas. Saben escuchar.

Dana dejó la botella de lado totalmente. Estaba bastante segura de que si seguía tomando, el agua se le iba a ir por el camino viejo y terminaría escupiendo encima de su interlocutor.

— ¿Papito qué quieres?— El periódico. Las pantuflitas. La cervecita fría. El control remoto. Ese es el secreto. Es todo lo que tienes que saber para hacer un matrimonio llevadero.

El doctor se veía complacido de que sus enseñanzas estuvieran siendo asimiladas. A todo el mundo le gusta que lo escuchen.

—Disculpa Dana—dijo el médico mientras sonreía—pero es la verdad. Ya te darás cuenta. Este es el mejor consejo que te puedo dar. Hasta mañana, me tengo que ir. Pero en serio, hazme caso. Te acordarás de mí, ya verás. — Agitando la mano cerró la puerta del consultorio tras su sonrisa de buenas intenciones. Se fue convencido de que Dana había absorbido hasta el último grano de sabiduría masculina.

Afuera el calor no era normal. Había llovido un poco y ahora el vapor ascendía del asfalto pegándose a la piel. Afuera de la clínica el “bien cuidao” dizque ayudaba a alguien a estacionarse.

A Dana se le había hecho tarde para ir a la universidad. Estaba tomando un diplomado sobre género, dictado por las feministas más destacadas del país. Había hecho 2 subespecialidades, tenía apartamento propio de tres recámaras, Toyota Rav 4 del año y una respetable cuenta bancaria. Era la Presidenta del Movimiento de Mujeres Emprendedoras de Panamá.

Agarró su botella de agua Transparente. Y volvió a admirar su sortija de oro y brillantes. — También ha de ser el secreto del lechero, del masajista, del maestro de tenis y del instructor de aeróbicos, grandísimo ahuevao”—murmuró Dana, sonriendo al mejor estilo de Maquiavelo.

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