miércoles, 7 de septiembre de 2011

Universo paralelo

La ciudad se le hacía ilegítima, ancha y gris. Luces anaranjadas rompían a ratos los metros de la monotonía de lo de siempre. La lluvia borraba los contornos de las cosas y todo flotaba como negándose a ser parte de la masa unánime y deforme de la ciudad bajo el aguacero.



Los relámpagos rompían aquel ritual del trópico y los truenos casi ahogaban el tema musical del noticiero de Sports Center que salía de las bocinas del televisor. La luz intermitente brillaba en el filo de los vasos vacíos al lado de la mesa de noche. Francisco tenía la mala costumbre de dejar los vasos con residuos de leche de chocolate en el fondo. Bueno, a las salamandras que festinaban directamente del vaso durante la madrugada, no les parecía tan mala idea. Si uno las miraba con cuidado, podía ver el líquido chocolate dibujando sus sistemas digestivos a través de su piel transparentada.

Francisco encendió otro cigarrillo y siguió sentado en el mullido sillón reclinable, de microfibra color vino, que tenía la forma de su nalga y el olor de su cuerpo. Hacía zapping con el control remoto a toda velocidad. Tenía suficientes canales de televisión como para nunca tener que aguantarse los comerciales. Lo bueno de ese color era que disimulaba las manchas y huecos que iban dejando la vida y las colillas. Estando y sin estar se quedó dormido otra vez. Le sucedía de repente. Caía como desmayado en un sueño raro y seco que lo rodeaba como brazos de acero. Primero se le cerraba un párpado y luego el otro. Y era como que la vida se le acababa por un ratito. Y luego quedaba como suspendido.

Francisco tenía el raro talento de saberse de memoria todos los diálogos de Charlie Harper en Two and a half Men* y entender a la perfección las hipótesis científicas manejadas por Sheldon y Leonard en The Big Bang Theory.

Los minutos se le iban y sus ojos empañados y rojos no acertaban a calcular la duración de sus ausencias. Algunas no lo llevaban a ninguna parte. Podían ser de un segundo o de un año, pero durante ellas el tiempo parecía no fluir. Su vida era como una película mal editada. Corrijo. Más bien, como un episodio de LOST. Ni siquiera él mismo lo entendía.

No se perdía los programas de asesinos en serie ni de Misterios de Ultratumba ni los Cazadores de Mitos del Discovery Channel. De hecho podía saber qué hora era, porque estaban repitiendo el capítulo del día de El Premio Mayor.

La lluvia amainaba, la tormenta se alejaba para manchar de oscuridad otros barrios. Francisco revivió como siempre en el mismo momento en el que había dejado de estar y aspiró su viejo humo una vez más.

Era hora de ver a Betty la Fea. Algo de CNN no estaría mal para no perder contacto con el mundo exterior, mientras tararea el tema de “Lobo del Aire.”

De nuevo la noche se comió al horrible atardecer, como Homero Simpson a una dona cubierta de chocolate con chispas de colores. Lo único nuevo en el departamento de Francisco era el televisor plasma que Val le había dejado. Se había llevado todo lo que hacía su vida buena, bella y honesta. Val se había cansado de esperar por él. Ella había pensado que eran compatibles cuando la abordó hablando de signos zodiacales. Si ella hubiera sabido que ese conocimiento emanaba de su fascinación por Caballeros del Zodíaco quizás se hubiera apartado a tiempo. Pero es que ni Val ni nadie sabe cómo vivir por retazos. Vivir una vida sin secuencia. Entre la tele y la vida. Ella no podía creer lo que Francisco decía que le estaba pasando. De seguro algún neurotransmisor andaba jodido en su cabeza. Quizás solamente un buen loquero, como Fraser lo podía ayudar. Pero Francisco se sentó a observar como Val empacaba, lloraba y se iba, con la música de El Padrino en el fondo. Claro que debió haber salido en su busca, pero vivir en pedazos es muy difícil y nadie lo entiende. Al menos Val no lo entiende, y si no lo entiende es mejor que no lo sufra. Por andar pensando idioteces casi se pierde la historia del Holocausto.

Las cosas empeoraban cada día para Francisco. Y Val no estaba ya en ninguno de los dos lados, ni en la realidad ni en los sueños. Había agarrado sus maletas y lo había dejado. Él se quedó en el sillón, con la música triste de El Increíble Hulk.

Francisco estaba solo. En todo el sentido de lo que esa palabra podía significar. La única persona con quien había compartido su desesperación lo había abandonado. Solo, porque la verdad lo asustaba más que el miedo mismo. Solo, porque hay torturas que vienen mejor si se viven en soledad.

El poco tiempo en el que su vida no se cortaba por los sueños y programas, Francisco lo pasaba pensando en los momentos de sueño, siempre sobre su sillón color rojo vino y su televisor con su zumbido silencioso. Para no aburrirse jugaba un poco de God of War, que al fin y al cabo había disfrutado más que los 4 Metal Gear Solid, en los que definitivamente había botado la plata.

Quizás había muerto y ese era su infierno. Vivir sin comerciales, entre recortes y sin las manos de Val, sin su voz, sin su tiempo. Vivir enredado entre los pixeles del plasma. Igual, ya era hora de ver la lucha libre de la WWE.

Pero Francisco nunca entendió que ni la tormenta, ni la ciudad ilegítima, ni las luces color naranja, ni la pantalla de plasma, ni Val. Nada de eso era de esta vida. Al menos no de este universo. Eso sí, lo único verdadero en sus dos universos era su sillón reclinable, color vino que tenía la forma de su nalga y el olor de su cuerpo. Hacía zapping con el control remoto a toda velocidad. Tenía suficientes canales de televisión como para nunca tener que aguantarse los comerciales. Lo bueno de ese color era que disimulaba las manchas y huecos que iban dejando la vida y las colillas. Estando y sin estar se quedó dormido otra vez. Le sucedía de repente…

*La exageración del uso de programas de televisión es intencional.









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